No te pongo nombre.
No sé si estás bautizada por mi reconocimiento o si sos una anónima compañera
de soledad, una desconocida que, cualquier día de éstos, saldrá a la calle a
estrellarse, igual que yo, contra la transparencia de las claraboyas, esas
ventanitas que vomitan luz como si de verdad hubiese claridad afuera. Te escribo
esta noche porque no amanece ¿sabés? Estalla el cielo sacudiendo las sábanas del
aire. El tiempo es un pasillo que da a ninguna parte. Y no amanece. Hay sol en
la ventana. Y pájaros. Pájaros que saludan al viento; obleas emplumadas
sucediendo apenas un instante en la ventana de sol, ese que está remontado en
el cielo sin errores de cálculo. Pero nada. No amanece.
Algún que otro grillo
mastica silencio con su dentellada metálica, saludando al calor que se trepa
por las veredas y las paredes rugosas de los árboles. La sombra cae en picada
sobre los techos. Sucede el mediodía como un asaltante de relojes. Y nada… No
amanece.
Voy de crepúsculo en
crepúsculo, con la sangre detenida en la noche. El ojo crece y tiene la pupila
vigilante, mordida entre el párpado y el sueño.
Estalla el cielo sacudiendo
las sábanas del aire. El tiempo es un pasillo que da a ninguna parte. Y no
amanece.
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