Todo aquel
incesante burbujeo que no se
detenía
sino
en la yema de los dedos y empezaba
singularmente
en la cintura de tus brazos.
Siempre más acá de lo cotidiano
y más allá de los prohibido.
Acaso también la sonora cantilena
de tu piel
rozándome
como si fueras aquel que
necesitaba
y no simplemente quien eras.
Dónde se detuvo el sonido
y en qué lugar la indiferencia pasó a ser
un silencio conocido.
Casi el único estante en donde tu
caricia
y la mía
pueden sostenerse como si fueran
nuestras.
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