martes, 26 de octubre de 2010

Cartas que van y que vienen.

  
Siempre van... hace días que el cartero pasa por la puerta y no me mira, no saluda mi inocencia de destinatario con ese pedacito blanco de ventana que casi siempre se disfraza de papel ensobrado.
    ¿Por qué el cartero pasa de largo, digo yo, si en la puerta blindada de mis sueños un portero de frac y de levita espera con la mano enguantada para saludarlo, para decirle gracias.
   ¿Por qué las cartas sólo van, digo yo, si detrás de la almohada tengo cincuenta razones esperando?  Abajo de la alfombra, en el cajón izquierdo de mi mesa de luz, en la última página de la agenda, en el bolsillo del tapado marrón colgado en el ropero esperan cuatrocientas respuestas para esa carta que no llega, para esa esquiva vereda de papel
y de tinta que no se detiene en el umbral de mi casa, que siempre se disfraza  y se acuesta en el buzón de la vecina, esa desconsolada que dice que está  sola y no adivina que alguien, más allá  de su mano, más cerca que ella misma, la recuerda.
   ¿Por qué? Te pregunto por qué a vos, que siempre estás leyendo cartas que van y que vienen, esas blancas miserias, esos pánicos, esos asombros y  corazones  vestidos de papel, igual que las manzanas que vienen del mercado acomodadas en los cajones y envueltas en pañoletas de papel violeta, hasta que alguien las desviste y les revienta el corazón verde de una mordida.
    No me contestás…¿Ves que no me decís nada, que me dejás de nuevo con la pregunta recién estrenadita y no me das el vuelto, igual que los carteros que pasan por   mi casa?    No me contestás igual que ellos, que se callan y ponen cara de no conocerme cuando los corro más allá  de la esquina para preguntarles por qué no me traen ninguna carta, por qué se empeñan en mezquinarme ese pedacito de papel que, yo sé, dice tu nombre y tu apellido; esa página blanca donde  está  escrito tu paradero, porque yo sé que en algún lado existís, en algún tiempo estás esperando la respuesta a esa carta que tal vez no me escribiste nunca pero que me corresponde, porque me lo prometiste en una de esas tardes en que las promesas se podían tocar como manzanas y uno podía desvestirlas y comerles el corazón verde, que estaba escondido detrás de la pañoleta de papel violeta.

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